DE
LA GUIA DEL ALMA EN LA DEVOCIÓN Á
LOS
SAGRADOS CORAZONES DE JESÚS Y DE MARÍA
(Año
1892)
¿QUÉ
ES LA VÍA SACRA?
La
Via Sacra, tomada á la letra, es el espacio que recorrió nuestro
amable Redentor bajo el peso de la cruz, es decir, desde el
palacio de Pilatos, donde fue condenado á muerte, hasta el lugar
del Calvario donde fue crucificado. Así, hacer sencillamente la Via
Sacra, es recorrer el mismo espacio; hacerla en espíritu y en
verdad, hacerla como cristiano, es andar durante ella penetrado
de los sentimientos que debe inspirar un camino santificado por los
pasos de Jesucristo, y regado con su Preciosísima Sangre.
Los
sumos Pontífices han concedido á todos los que practicaren el
ejercicio de la Vía Sacra, con las condiciones requeridas, las
mismas indulgencias que á los que visitan personalmente los
santos lugares de Jerusalen.
Para
ganar dichas indulgencias se exije solamente que el que practica este
santo ejercicio medite según su capacidad en la Pasión de
Jesucristo, nuestro divino Salvador, y que pase de una estación
á la otra en cuanto lo permita la multitud de las personas que lo
hacen ó la estrechez del lugar en el que están colocadas las
catorce estaciones.
La
recitación del Adoramus
te Christe,
del Padre
nuestro,
del Ave
María y
del Miserere nostri,
etc., en cada estación, no es necesaria para ganar las indulgencias;
es solamente una laudable costumbre introducida en el santo
ejercicio de la Vía Sacra, por las personas piadosas; sin
embargo al concluirlo, regularmente se reza un Padre nuestro, un Ave
María y un Gloria Patri por el sumo Pontífice.
Los
motivos que deben inducirnos á esta devoción; que consiste en la
meditación de los sufrimientos de Jesucristo, son muy
poderosos; pero el que sin duda alguna debe hacernos más
impresión, es que esta devoción agrada infinitamente al Sagrado
Corazón de Jesús. Es tanto lo que desea que nos compadezcamos
de sus penas, que nos ordena de mil maneras le tributemos este
justo deber de nuestra gratitud. El Antiguo Testamento está lleno de
textos los más tiernos, para empeñarnos á repasar á menudo
en nuestra memoria las humillaciones y los sufrimientos del
Mesías. En el Nuevo Testamento, San Pedro, San Pablo y los
otros apóstoles nos predican por sus ejemplos y en todos sus
escritos la necesidad de pensar con frecuencia en la pasión de
Nuestro divino Salvador y de meditar este misterio. En
fin, Jesucristo nuestro soberano modelo se ocupaba sin cesar de
los dolores que iba á sufrir por nosotros, y de ellos hacía el
motivo ordinario de sus conversaciones. ¿Cuántas veces no predijo
á sus discípulos los tormentos que iba á padecer en Jerusalen? Y
cuando, próxima su muerte, se vió sumergido en ese mar de
dolores, ¿qué reconvenciones tan tiernas no hizo á sus
apóstoles porque no habían tenido valor de participar con El de las
angustias de su agonía? Aun en su misma transfiguración en medio de
su gloria, ¿no se entretuvo en compañía de Moisés y Elías
de los tormentos de la Pasión?
Id
pues, alma cristiana; id vosotras, sobre todo, almas adictas al
divino Corazón de Jesús; recorred con vuestro amable Salvador
el camino doloroso del Calvario, y al mismo tiempo que lo
acompañéis y meditéis los horribles sufrimientos de su cuerpo,
compadeceos también de los dolores interiores de su afligido
Corazón; y de esta hoguera de amor saldrán saetas de fuego que
penetrarán vuestras almas de un vivo dolor de vuestros pecados,
que abrasarán vuestros corazones con un ardiente amor y
alejarán de vosotras al demonio para siempre; porque el pecado
no puede residir en un corazón que se ocupa sin cesar de los dolores
del Corazón de Jesús.
EJERCICIO
DE LA VIA SACRA
Devotísimo
por su objeto y muy provechoso por sus indulgencias.
ACTO
DE CONTRICIÓN.
Omnipotente
Dios, Trino y Uno, porque eres infinitamente bueno, te amo sobre
todas las cosas, y por lo mismo me duele, me avergüenzo y me
pesa de haberos sido ingrato. Arrepentido de mis culpas, te
propongo de veras la enmienda; ayúdame con tu gracia.
ORACIÓN
PREPARATORIA.
Amabilísimo
Padre, postrado ante tu soberana pero dulce Majestad, te pido y
espero tu bendición para meditar con fruto los dolorosos pasos
de la Pasión de mi Redentor Jesús, verdad infinita; confiado en tu
palabra, los ofrezco en satisfacción de mis pecados; suplico, Señor,
me concedas todas las indulgencias que la piadosa madre Iglesia tiene
asignadas á este devoto ejercicio. Las aplico por todas las
necesidades mías y de mis prójimos, por el socorro espiritual
y corporal de todos los hijos de la Iglesia; por los eclesiásticos,
y en especial por los sacerdotes, y más en particular por los
que la gobiernan; por los que están en gracia y en pecado; por
los vivos y difuntos, y porque se cumpla en todo Tu Santísima
Voluntad.
Así
preparado da un vuelo con la imaginación á Jerusalen para ver con
los ojos del alma al dulce y dolorido Redentor en cada uno de
los pasos que vas leyendo. Y si eres tan feliz que allí te
encuentres con su afligida Madre, ella te llenará de la unción que
es propia en esta meditación.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
PRIMERA
ESTACIÓN
LA
SENTENCIA DE CRUZ.
Pongamos
la consideración en casa de Pilatos, y veremos á nuestro
humildísimo Jesús que después de rigorosamente azotado, coronado
de espinas, burlado con injurias, salivas y bofetadas, se
pronuncia contra El la más injusta sentencia. Que lo crucifiquen,
pide el pueblo. Que muera sin causa, dice el juez. – (Pausa).
¡Oh
Pacientísimo Jesús! Que no satisfecho con permitir te desgarrasen
en la columna, quisiste estar como reo delante del inicuo juez,
atado con cadenas, oyendo la sentencia de muerte que contra ti
pedía el ingrato pueblo, suplícote me concedas que imite tu
mansedumbre, sufriendo con gusto las injusticias que se me
hagan, y que es tu rectísimo tribunal me presente sin las
prisiones de la culpa, para oír de tu misericordia sentencia de vida
eterna.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
SEGUNDA
ESTACIÓN
LE
CARGAN LA CRUZ.
Mira,
alma: apenas se profiere la sentencia, cuando los ingratos judíos
arrebatan de allí al inocentísimo Jesús, le desnudan la
vestidura vieja y asquerosa que le habían puesto por burla y
mofa; le visten su propia túnica, para que todos le conozcan y
desprecien; le vuelven á poner la corona con inhumana crueldad
y le cargan en sus lastimados hombros una pesada cruz. –(Pausa).
Humildísimo
Jesús que resignado á la voluntad de tu Eterno Padre te abrazaste
gustoso con la cruz: como obedientísimo hijo la llevaste hasta
el Calvario, para ser crucificado en ella por nuestras culpas.
Ruégote, Maestro mío, que por Ti, y en reparación de mi
ingratitud, busque y gustoso me entregue á toda mortificación
para que, valiéndome aquí por verdadera penitencia, alcance
los eternos premios que has prometido á los que padecen por Tí.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
TERCERA
ESTACIÓN
LA
PRIMERA CAÍDA
Mira
aquel lugar donde nuestro humildísimo Jesús, debilitado por la
sangre que le faltaba y fatigado con el peso, da en tierra con
la santa cruz. ¡Ay! ¡Con que rigor tratan aquí a la Majestad
humillada! En vez de ayudarle, le dan de puntapiés, le tiran la soga
del cuello, le arrastran de los cabellos y barba, se burlan y
ríen de su poder; pero el pacientísimo Jesús espera en tierra
que alguno compasivo le ayuda a levantar... Ve, alma, si quieres
cargar la cruz con él. (Pausa).
¡Oh
mi amado Maestro! Que fatigado con la cruz quisiste caer en tierra,
para mostrarnos el gran peso de nuestras culpas cargada sobre
tus hombros: ruégote, Dios mío, que con tu gracia me levante
del abismo de mis miserias y que purificado mi espíritu con
la mortificación de mis pasiones, no caiga más es mis pasados
delitos, a fin de que, abrazado de tu cruz, camine contigo al
cielo por el camino de tus mandamientos.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
CUARTA
ESTACIÓN
ENCUENTRO
DE SU DOLOROSA MADRE
Considera
el lugar donde nuestro dulcísimo Jesús encontró a su afligida
Madre, traspasada de dolor. Más ¡ay! ¡Que tristísimos
sentimientos se repetirían en aquellos dos amantes corazones!
¡Cual quedaría el hijo, viendo la angustia de su amorosa Madre! ¡Y
cual quedaría la Madre, al ver que el dueño de su corazón,
que la había enseñado a amar, iba penetrado de dolor y
cubierto de heridas!.(Pausa).
¡Oh
Madre la más afligida y triste! Por aquel amargo dolor que sentiste
encontrando a tu amado hijo Jesús afeado, escupido, azotado,
coronado de espinas y cargado con la cruz, te suplico,
tristísima Señora, me alcances por tus dolores que cuando yo vea la
imagen del Crucifijo me penetre de sentimiento y de confusión,
viendo que con mi culpas he puesto en tan triste estado a tu
dulcísimo Hijo. ¡Oh dulcísima Madre mía, dígnate aplicarme
el ofrecimiento que allí hiciste al Eterno Padre! Sí, mi buena
Madre, así lo espero del grande amor que nos tienes.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
QUINTA
ESTACIÓN
EL
CIRINEO LE AYUDA A LLEVAR LA CRUZ
Prosigue
su penoso camino nuestro Redentor; pero se le grava con tal viveza la
imagen de su afligida Madre, que por el mucho amor que la tiene
se cubre de una mortal congoja, se aflige, entristece y se rinde
hasta experimentar los desconsuelos de la muerte. Temeroso
los verdugos que se les muriese en el camino, y por el gran
deseo que tenían de crucificarle vivo, alquilan al CirIneo para
que le ayude a llevar la Cruz. Mira, alma, ¿quieres tu llevar
la Cruz con Él? Si le ayudas, en pago te ofrece el
Cielo. (Pausa)
¡Oh
misericordiosisimo Padre! Luz, guía y camino del Cielo, que con
tanta caridad, cuanto más se avergonzaban de seguirte con la
cruz, Tú nos convidas con ella en la persona del CirIneo:
ruégote que por tu infinita piedad me alientes con tu gracia para
que con todo afecto me entregue a cargar contigo la cruz que
quisieres darme. En tus manos me pongo: dame, si, primero la
meditación de tus tormentos para llevarla con gusto. Si, Padre
Santísimo, cumpla yo siempre tu adorable voluntad, porque con
solo esto seré yo tu discípulo. ¡Ah! ¡Si lo mereciera!
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
SEXTA
ESTACIÓN
FINEZA
DE LA VERÓNICA Y SU RECOMPENSA
Hé
aquí el lugar donde la Verónica, viendo a su amado Jesús tan
ensangrentado, empolvado y afeado con salivas el rostro en tanto
grado que siendo la hermosura del cielo no tenía figura de
hombre, se llega con intrepidez y amor, y sin reparar el qué
dirán, le ofrece un paño, le enjuga las lágrimas le alivia
el tormento. El Señor la corresponde con darle su imagen,
impresa en tres dobleces de un lienzo.- (Pausa).
¡Oh
mi dulcísimo Jesús! Que por haberte aliviado en algo aquella devota
mujer, limpiando las inmundas salivas, sangre y sudor de tu
rostro le diste en recompensa la imagen de tu pasión:
suplícote, Señor, limpies mi alma de las inmundicias de la culpa, y
estampes en ella un viva y continua representación de tus
tormentos, para que meditándolos con dolor, consiga los frutos
de la cruz.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
SÉPTIMA
ESTACIÓN
LA
SEGUNDA CAÍDA
Sigue,
alma, a tu Redentor en su afrentoso padecer. Mira cómo
se multiplican los tormentos, se alarga el camino, se le
debilitan las fuerzas, y aunque va tan abrazado de la cruz, le
falta el Cirineo, le carga mayor peso en la herida mortal del hombro,
y su delicadísimo cuerpo con el dolor se inclina, se rinde y
cae debajo del cruz.- (Pausa).
¡Oh
mi dulcísimo Jesús! Que deseando enseñarnos a recelar de nuestras
fuerzas, aun cuando llevemos la cruz con gusto, quisiste caer
con ella aunque te ayudaba el Cirineo: te suplico que pues me
has permitido gloriarme en la cruz de mi estado, no me permitas caer
en la vana confianza que tu repruebas. Y si por mi flaqueza alguna
vez caigo, Dios mío, levántame con tu gracia para perseverar
en tu servicio.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha de pecado original, desde el primer instante de su ser natural. Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
OCTAVA
ESTACIÓN
CONSUELA
A UNAS PIADOSAS MUJERES.
Mira
a nuestro Divino Maestro que, aunque rendido y fatigado, se para a
consolar a aquellas piadosas mujeres que lloraban su pasión.
“No
lloréis por mí, las dice; llorad sobre vosotras y vuestros
hijos: si esto acaece a mí, que soy árbol verde y cargado de
virtudes, reflexionad ¿qué sucederá a vosotras, sarmientos
secos, el día de las venganzas?”-
(Pausa).
¡Oh
mi amado Maestro! Que en medio de tus congojas enseñas a aquellas
almas que lloran tu pasión no se aflijan por tí sino por sus
culpas y las ajenas, concédeme benignísimo que con fervorosas
lágrimas entristezca mi corazón para que con las aguas de mi llanto
lave las culpas con que tengo indignada a la Justicia. Haz que
por tu Pasión consiga perdón el día de la cuenta, y suba
contigo a la patria celestial.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
NOVENA
ESTACIÓN
LA
TERCERA CAÍDA AL SUBIR AL CALVARIO
Mira,
alma, a tu amado Jesús en lo más penoso del camino. La subida al
monte Calvario era áspera y pedregosa. Sube y se fatiga; le
gritan, impelen y apuran: pero la debilidad crece; el cuerpo se
inclina; pisa la túnica y cae en la cruz, se lastima la boca, se
baña en sangre. ¡Ay, dolor! Queriéndose levantar vuelve a
caer de nuevo y se le renuevan todas las llagas ¡Oh! ¡Cuánto
pesan nuestras recaídas!-- (Pausa)
¡Oh
mi buen maestro! Que en la penosa subida al monte Calvario y en tus
repetidas caídas nos enseñas la firmeza y resolución con que
debemos llevar la cruz de los trabajos, y aunque por la aspereza
caigamos alguna vez, nos levantemos animosos y con humilde confianza
te sigamos hasta el fin: suplícote, Maestro mío, que con tu gracia
abrace los desabrimientos del padecer en mi estado. Concédeme
que desfallezca, que no recaiga: que te imite aquí para gozarte
en el cielo.
Señor,
pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia
de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
DÉCIMA
ESTACIÓN
LLEGA
AL CALVARIO Y LE DESNUDAN.
Ya
estamos en la cumbre del Calvario. Contempla el lugar donde mandan á
Jesús soltar la cruz y desnudarse. Pero pareciéndoles que se
demora, se arrojan sobre Él como rabiosos lobos; le arrancan el
manto, le sacan la túnica por la cabeza con tal furia que
enredándosele en la corona con los tirones que le dan, le
derriban en tierra y le arrastran hasta quebrarle las espinas,
cuyas puntas quedan internadas en su sagrada cabeza. Queda el divino
Salvador desnudo, destilando sangre y temblando de frío y
vergüenza. – (Pausa).
¡Oh
purísimo Esposo de vírgenes! que por mi desenvoltura sufriste ser
desnudado delante de un pueblo insolente hasta quedar hecho una
viva llaga por estar pegada la túnica con la sangre seca de los
azotes: ruégote, honestísimo dueño mío, me obligues con tus
auxilios á desnudarme, no sólo de todo traje indecente sino
hasta de mi voluntad, para que revestido de tu gracia, sin más
querer ó no querer que el tuyo, me vista con recato, aborrezca
la impureza y ame la honestidad que es joya del cielo.
Señor, pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
UNDÉCIMA
ESTACIÓN
LA
INHUMANA CRUCIFIXIÓN.
Barrenada
la cruz y preparados los clavos, comienza el sacrificio. Mandan con
burla al inocente Jesús se extienda sobre la cruz para
enclavarle. Obedece gustoso. Le crucifican. Mas ¡ay, dolor!
¿Pero cómo? A fuerza de martillo le clavan una mano, cuyos golpes
llegan hasta el alma y resuenan en el corazón de su afligida
Madre; mas como por haberse encogido el cuerpo no alcanzase la
otra mano y pies al barreno, le tiran con fuertes sogas
hasta descoyuntarles los huesos. Queda el moribundo Jesús en
mortales agonías. Pero más, dan vuelta la cruz; se sientan
encima para remachar los clavos ¡qué inhumanidad! El rostro pegado
á un suelo de huesos asquerosos. Las espinas de la frente y cerebro
oprimidas entre el suelo y la cruz, dí, si puedes ¿dónde se
enterrarían? – (Pausa).
¡Oh
Pacientísimo Jesús! Que, no satisfecho tu amor con llevar la cruz
con tanto dolor hasta el Calvario, quisiste quedarte en ella
clavado de pies y manos con grandísimo dolor tuyo y de tu afligida
Madre: suplícote mi Dios, que con tu gracia se penetre tanto mi
corazón de tu compasivo amor, que ya no extienda mis pies y manos á
maldad alguna; que si ingrato te ofendí, ya en adelante sólo me
ejercite en obras de caridad y penitencia para alcanzar el cielo
que nos mereciste en la cruz.
Señor,
pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia
de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria.
DUODECIMA
ESTACIÓN
LEVANTAN
LA CRUZ Y MUERE
He
aquí, alma compasiva, el último suplicio de nuestro divino Maestro.
No poca distancia arrastran la cruz y en ella pendiente al Hijo
del Eterno Padre, hasta dar con un hoyo donde para más afrenta
la plantan con mofa, risa y algazara. Más ¡ay dolor! Que al dejarla
caer se estremece todo el lastimado cuerpo, se renuevan las
llagas, se rasgan las heridas de los clavos y vierte hilo a hilo
hasta la última gota de sangre. Se burlan de su poder, y
entre angustiosísimas congojas muere exhalando un dulce y
triste clamor. ¡Ay! Muere Jesús, y muere por mi... -(Pausa)
¡Oh
Dios y hombre, Criador, Redentor y maestro: mueres solo porque yo me
salve! ¿Cuándo te pagaré esta fineza? Ayúdame, señor: mi
alma desfallece en el conocimiento que te debe y no sabe pagar.
Enciende mi corazón en tu amor. Haz que mirándote siempre en la
cruz mortifique mis pasiones y viva en continuo dolor de mis
ingratitudes. ¡Ea, Padre amabilísimo! Desde esa cruz en que
mueres encomiéndame a tu dulce Madre, discúlpame con tu
Eterno Padre, admíteme en tu reino. Pequé es verdad:
perdóname como al buen ladrón: no me arrojes por ingrato;
sostenme en tu servicio, ponme junto a ti, haz que persevere junto a
la cruz con María, mi madre, hasta alabarte con ella en el
cielo. Amén.
Señor,
pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia
de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria
DECIMA
TERCIA ESTACIÓN
DESCENDIMIENTO
DEL SAGRADO CUERPO
Acabadas
las penas de Jesús con su muerte, siguen las de María. Allí cerca
miraba esta afligida Madre a su difunto Hijo, triste y sola, sin
tener quien lo bajase de la cruz. Le alivia Dios esta pena
enviándole dos discípulos ocultos que lo desenclavan, Pero ¡Ay!
Que sentimiento al ver en sus brazos difunto al Hijo querido de
sus entrañas que tan tiernamente amaba! ¡Qué doloridos
coloquios! ¡Qué tiernos ayes no exhalaría! ¡Como correrían
las lagrimas sobre aquel frio cadáver mientras registraba las
llagas, besaba las heridas y desenredaba el pelo amasado con
sangre seca! -(Pausa)
¡Oh
desconsolada Señora! Por aquel dolor que sentiste viendo muerto en
tus brazos a tu dulcísimo Hijo y amado Esposo Jesús, por
aquella humilde resignación que ofrecías a la divina Justicia
este ensangrentado cuerpo, te suplico, piadosa Madre, me alcances de
tan amante Hijo, que mi alma se encienda en tiernos afectos de
dolor y amor siempre que medite la Pasión. Pídele a mi dulce
Maestro que cuando lo reciba vivo en mi pecho le trate con el mismo
amor y respeto que tú; que con El me abrace para imitar la
reverencia y amor con que tu le abrazaste muerto. Amén.
Señor,
pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia
de nosotros.
Bendita
y alabada sea la Pasión de nuestro Redentor Jesús, y los dolores de
su Santísima Madre María Señora nuestra, concebida sin mancha
de pecado original, desde el primer instante de su ser natural.
Amén.
Padre
nuestro, Ave María, Gloria
DECIMOCUARTA
ESTACION
ULTIMO
DESCONSUELO Y SOLEDAD DE MARIA
Los
motivos de tristeza llueven como tempestad sobre el afligido corazón
de María. ¡La oscuridad de la noche, la soledad del monte, la
necesidad de enterrar a su amado Hijo, tener que dejar sepultado
aquél Cuerpo Santísimo sin culto ni adoración alguna de parte de
los hombres! ¡Ay! ¡Hasta donde penetraría este dolor! ¡Qué
suspiros tan tristes! ¡Qué amargo llanto! ¡Con que compasivos
ojos miraría la cruz, el sepulcro, sus brazos donde le acababa
de tener.
Sumergida
en un mar de penas, sin más compañía que sus lágrimas, baja por
el mismo camino donde pocas horas antes le había visto ir
padeciendo.- (Pausa)
¡Oh
dolorosísima Virgen María! Por la inconsolable aflicción en que
quedaste, viendo ya sepultado a tu dulcísimo Hijo Jesús, por
aquella melancólica tristeza con que te retiraste a llorar tu
soledad, te ruego, mi dulce Madre, me alcances de mi Redentor Jesús
que siempre viva triste por haberme apartado de su gracia con mi
torpe ingratitud. Que llore las veces que le he recibido sin
disposición, que cuando le reciba en mi pecho no sea con la frialdad
de piedra como el sepulcro, sino con los incendios de amante
como la Magdalena. Alcánzame, Señora, que así como su
conformidad supo ahogar en el pecho los sollozos de la Pasión,
así merezca yo reprimir mi genio en los insultos de mis
prójimos. Pido, en fin, que seas mi Maestra, mi Abogada y mi
Madre, para que me enseñes a imitar a Jesucristo, servirle hasta
el fin de mi vida y amarle en la eternidad. Amén.
Señor,
pequé: ten misericordia de mí. Pecamos y nos pesa: ten misericordia
de nosotros.
(Se
concluye por seis Pater noster y seis Ave María, diciendo un Gloria
en cada uno)
Fuente:
Guía del Alma en la Devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y
de María, bajo la Protección del Glorioso Patriarca San José,
Patrono de la Iglesia Católica. Sexta Edición. Santiago de Chile.
Año 1892.
(Transcripción
íntegra del original por: Apostolado Digital del Sagrado Corazón,
2015)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario