Para
rezar en familia
Padre
Mateo Crawley-Boevey
Nota:
La hora
Santa fue concebida por el
Padre Mateo Crawley como parte de la Adoración Nocturna al Sagrado
Corazón en los hogares; por tanto es aconsejable rezarla en familia
asumiendo los padres y los hijos la lectura de los distintos
protagonistas.
(Esta
Hora Santa podría servir especialmente para comenzar el Año Nuevo,
según el verdadero espíritu del Sagrado Corazón de Jesús, y para
consagrárselo a su gloria. Este mismo método podría también ser
muy útil en determinadas ocasiones, en ciertas horas decisivas y
solemnes “del año o de la vida”, como, por ejemplo, en vísperas
de contraer matrimonio o como preparación inmediata para ingresar al
convento, al abrazar la vida religiosa. Podría, asimismo, ser de
gran provecho “durante los ejercicios de un retiro”, para iniciar
en ellos una etapa de vida espiritual nueva y más intensa).
He
aquí que se levanta con la aurora del Año Nuevo el verdadero Sol de
paz, de esperanza y de amor: el Corazón Divino de Jesús, sol de una
nueva vida para su gloria y nuestra dicha... ¡Gloria a Él en las
alturas, gloria a Él y sólo a Él aquí en la tierra!...
“Adveniat,
adveniat, adveniat regnum tuum!...
¡Venga
a nos tu reino de paz, de amor y de justicia!”...
Es
preciso que el año que comienza marque una nueva etapa de triunfo en
el avance victorioso, social e íntimo del Corazón de Jesús...
Y
ahora pongámonos en su presencia soberana mediante un acto de fe y
de profunda adoración... A dos pasos de nosotros está el Maestro
muy amado... Su Corazón nos llama, nos aguarda... quiere hablarnos
con santa intimidad... Escuchemos aquella voz cuyas armonías
deliciosas inundan de júbilo la eternidad del cielo...
(Que
haya gran recogimiento, pues el Señor no habla a corazones
disipados, distraídos).
Jesús.
“Pax
vobis!”.
¡Que mi paz sea con vosotros todos, hijitos míos! Os la traigo
grande y hermosa para vuestras almas que sufren, que luchan..., para
todos los de buena voluntad...
“Pax
vobis!”.
Sí, os la traigo Yo mismo para vuestros hogares enlutados por el
dolor, heridos por las desgracias, patrimonio obligado de este valle
de lágrimas...
“Pax
vobis!...”.
Os la traigo para la sociedad doliente en cuyo seno vivís, pues bien
sé Yo cuánta necesidad tiene de renovarse en el espíritu de mi
Evangelio, de ser en espíritu y en obras la heredad de mi Corazón
sacrosanto... Os la traigo para vuestra patria. ¡Oh!, pedidme que
ésta llegue a ser para Mí, la Jerusalén de mis amores, la
Jerusalén del Domingo de Ramos...
“Pax
vobis!...”.
Os traigo mi paz profunda, celestial y victoriosa, para la Iglesia
siempre combatida... Rogad por Ella, pedid, hijitos míos, que llene
los graneros de mi Padre celestial con una cosecha rica y escogida de
almas, de familias...
Venid,
amigos del alma, acercaos; no temáis como los apóstoles: acercaos
más, mucho más...: buscad la dichosa intimidad del Corazón de
vuestro Rey, de vuestro Hermano, de vuestro Amigo...: no temáis...
Yo soy vuestro Jesús. Sí, acercaos con tal intimidad que toquéis
las llagas de mis pies y de mis manos...; acercaos y penetrad en la
llaga del Costado... ¡Oh!, poned en ella con confianza la mano
querida, y más: entrad profundamente en ella con el alma y quedad
ahí; abismaos para siempre en esta herida, morada vuestra en el
tiempo y en la eternidad... Yo no he cambiado, hijitos míos no: soy
el mismo dulce Jesús, bueno, misericordioso, nacido de la Virgen
María, vuestra Madre... Soy realmente hijo suyo...; somos, pues,
hermanos muy queridos: no me temáis.
Y
ahora, sin recelos y con un corazón abierto, dócil, agradecido,
aceptad en la alborada de este Año Nuevo, como obsequio y prenda de
mi amor, como lección de mi sabiduría, un pensamiento grave, una
reflexión austera y dulce a la vez y que os pido coloquéis como
fundamento sobrenatural del camino que se inicia hoy...
Para
recoger con fruto, consoladores míos, esta enseñanza que condensa
todo mi Evangelio, para que sea realmente provechosa para este año y
para la vida, vaciad ante todo el corazón, aligerad el alma de todo
lo terreno y saboread en seguida la lección que quiero daros, en un
gran recogimiento de espíritu... Oídme:
Almas
amadísimas, hijos de mi Sagrado Corazón, meditad esta palabra, os
la propone vuestro Dios: “Un año transcurrido quiere decir un año
menos en la vida del tiempo, y un año más cerca del abismo de
vuestra eternidad...”.
¡Oh,
meditad durante esta Hora Santa en la vanidad de todo, absolutamente
de todo lo que no sea la permanente realidad que soy Yo, Jesús!...
(Muy
lento y entrecortado)
Todo
pasa y muere, menos Yo.
Caducidad
de la juventud, flor que vive un día y... muere.
Caducidad
de la ambición, humo que se esfuma y... pasa.
Caducidad
de la alegría humana, fulgor que brilla y desaparece como un
relámpago.
Caducidad
de la fortuna dorada y versátil que se nos escapa.
Caducidad
de una situación brillante, que cambia de improviso y que se
quiebra.
Caducidad
de los placeres, embriaguez que mata, desasosiega y huye.
Caducidad
de toda armonía terrena, de toda belleza creada, que engaña y
perece.
Caducidad
del amor humano, que cambia, hiere y después olvida.
Caducidad
de la sabiduría del siglo, que lo falsifica todo y se convierte en
tinieblas.
Vanidad
de vanidades, y todo vanidad, excepto la realidad, que soy Yo,
vuestro Jesús.
Y
si dudarais, poned, hijos míos, un oído atento a aquella voz
misteriosa de los siglos que yacen sepultados en su historia de
glorias y mentiras... ¿Dónde están?... ¡Fueron sólo ayer, y ya
no son!...
Su
voz elocuentísima no es sino el eco de la mía...
Con
ellos, Yo os digo: Vanidad de vanidades todo lo terreno..., todo lo
que no sea la realidad verdadera, que soy Yo, vuestro Jesús.
Millares
y millones de hombres jóvenes, valientes, arrebatados
vertiginosamente del escenario de la vida por la tempestad de fuego
de mil guerras fratricidas, os gritan y previenen, con la elocuencia
de sus cenizas aventadas, que no os fiéis de la tierra... En ella
todo es vanidad...
Sí,
todo lo que no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús.
Y
como esos ejércitos de soldados, aquel otro ejército más numeroso
todavía de los heridos en el alma; aquellos mutilados del corazón,
que son las viudas y los huérfanos, los desamparados y los
sepultados vivos bajo los escombros de sus esperanzas e ideales...;
la caravana inmensa de las almas hechas jirones, de los corazones
náufragos del hogar y de la sociedad... Todos, ¡oh!, todos ellos,
con un gemido desgarrador y que no engaña, os gritan a porfía:
¡Vanidad de vanidades todo lo caduco y todo lo terreno, todo lo que
no es la divina Realidad, que soy Yo, vuestro Jesús!...
(Breve
pausa)
Con
todo, no quiero veros amargados con exceso, hijos míos, y menos aún
no querría, ¡oh, no!, veros desanimados... Porque si es verdad que
el mundo no es sino vanidad, sabedlo, meditadlo: Yo he vencido al
mundo con la suprema y dichosa Realidad de mi Persona y de mi Amor.
Valor,
pues, y adelante, adoradores míos, levantad muy en alto los
corazones y el pensamiento, pues aquí mismo, en medio de este
hacinamiento de ruinas, Yo soy, para vosotros todos, la Realidad
eterna de las almas que me adoran y me aman. Sí, la única Realidad
inmutable, divina, inmortal, soy Yo... Y Yo he querido que esta
Realidad lo supla todo..., ¡que Dios os baste!
Creedlo
así, amigos de mi Sagrado Corazón, convenceos de ello en esta Hora
Santa... El mundo, por desgracia, no razona así: Yo no le basto. De
ahí que siendo Rey y Señor, se me posponga... ¡Cuán rara vez soy
Yo el Amo, el primero en el corazón y en el hogar...!
No
así vosotros, hijitos míos...; y puesto que para vosotros soy la
Realidad, que lo llena todo y que lo suple todo, quiero que me lo
digáis aquí ante mi altar con palabras del alma.
Amigos
fidelísimos del Corazón de vuestro Salvador, meditad constantemente
en la vanidad efímera de la juventud, primavera que dura apenas una
mañana de sol, y que en seguida muere... Pero como compensación
divina, inmensa, ¿qué esperáis, y qué pedís?...
(Todos)
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Consoladores
de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la
ambición falaz y traicionera que embriaga, hiere y desaparece
luego... Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y
qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Apóstoles
de mi adorable Corazón, meditad constantemente en la vanidad de los
goces terrenales, que, como el lampo de luz o como el rocío, duran
un instante y se desvanecen... Pero como compensación divina,
inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Confidentes
de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la vanidad de la
fortuna que pervierte tantas almas y que se escapa para no volver...
Pero como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué
pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Discípulos
muy amados de mi Sagrado Corazón, meditad constantemente en la
vanidad de los placeres sensibles que halagan un instante, que
producen embriaguez de muerte y pierden pronto su dulzura... Pero
como compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Adoradores
fervorosos de mi amante Corazón, meditad constantemente en la
vanidad de la belleza creada y transitoria que enamora tan fácilmente
como desaparece y muere... Pero en compensación divina, inmensa,
¿qué esperáis y qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Reparadores
de mi entristecido Corazón, meditad constantemente en la vanidad tan
funesta del amor terreno, que, siendo por naturaleza tornadizo e
inconstante, hiere como una racha y huye como la brisa... Pero como
compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
Hijos
predilectos de mi Divino Corazón, meditad constantemente en la
vanidad de la sabiduría humana, que con toques de luz ficticia,
siembra tantos errores, luz siniestra que estalla frecuentemente en
huracán... Pero en compensación divina, inmensa, ¿qué esperáis y
qué pedís?...
La
realidad suprema que eres Tú, Jesús.
¡Oh,
sí, Tú, Señor y sólo Tú, la dichosa, la inmutable y eterna
Realidad!...
Con
ella, es decir, contigo, la vida, ya de por sí tan vacía de toda
paz, tan pobre de verdadera belleza, nos será soportable, llevadera,
no obstante las tumbas, las ruinas y los abrojos sembrados a lo largo
del camino... ¡Ah, pero siempre contigo, Señor Jesús!
Este
año que hoy comienza no nos inquieta, Maestro, a pesar de las mil
vicisitudes azarosas que trae consigo; ¡pero... teniéndote a
nuestro lado a Ti, Jesús!
Bien
sabemos, Señor, que no podemos pretender el vivir en un paraíso
terrenal, marchito, perdido para siempre...; ¡pero qué importa, ni
nos hace falta, ya que en tu Corazón, Amor de los amores, lo hemos
recuperado con usura!... ¡Oh, si, Tu Corazón lo vivifica, lo
ilumina, lo dignifica todo, Señor, y esto para la eternidad!...
(Pidamos
con fervor y humildad de corazón la luz que nos haga comprender y
apreciar la gracia que el cielo nos otorga con el nuevo año. Pero
pidamos, sobre todo, la gracia de saberlo aprovechar debidamente para
gloria del Divino Corazón y por los intereses eternos del alma).
(Pausa)
Las
almas.
La Hora Santa, Jesús adorable, la pediste Tú mismo, como la hora de
las divinas confidencias con tu Corazón adorable... ¡Déjanos,
pues, en consecuencia, abrirte el alma; déjanos contártelo todo,
Señor, pues sentimos la necesidad imperiosa de vaciar nuestras almas
en la tuya, aquí, a tus pies, ante el Sagrario!...
Bien
pueden, Jesús, los vanidosos, los sensuales, los mundanos y los
frívolos seguir soñando sobre las ruinas lamentables de sus
quimeras insensatas... Entre tanto, nosotros, pobrecitos y a la vez
más ricos que ellos, porque más favorecidos por tu gracia, tan
gratuita como espléndida, queremos protestarte que, dejando el mundo
de lado, Tú sólo nos satisfaces y nos bastas... Y alentados por el
don de tu Corazón adorable, nos proponemos resueltamente comenzar
una vida nueva con este Año Nuevo, viviendo más y más desengañados
y desprendidos de los falsos bienes y de los placeres engañosos de
la tierra... Por esto, Jesús, desde esta alborada, al iniciar un año
que nos avecina a tu eternidad, nos arrojamos entre tus brazos y, con
fe del alma, te protestamos que, de aquí en adelante, no queremos
otro bien que Tú mismo Jesús...
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al
recibirte te prometemos que, en la enfermedad o en la salud,
aceptaremos tu Corazón, Señor Jesús!
(Todos)
Aceptamos
tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al
recibirte te prometemos que, en la pobreza o en la abundancia,
bendeciremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
Bendeciremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al
recibirte te prometemos que, en la tristeza o en la alegría,
buscaremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
Encontraremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al
recibirte te prometemos que, en la prosperidad como en la Cruz,
adoraremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
Adoraremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús.
¡Oh,
ven a visitarnos, Maestro, con la aurora de este Año Nuevo, y al
recibirte te prometemos que, en la vida como en la muerte,
aclamaremos sólo tu Corazón, Señor Jesús!
(Tres
veces)
Aclamaremos
sólo tu Corazón, Señor Jesús.
Jamás
se acude en vano a Aquel que es la Bondad increada... Ved, a dos
pasos está ya Jesús...; lo llamamos, y helo aquí anhelando
desbordar la vida de su Corazón adorable en los nuestros...
¡Recojamos
con santa avidez sus palabras!
(Que
haya un gran silencio: el silencio de las almas...).
Jesús.
¿Con qué podré pagaros, amigos muy amados, fidelísimos, el
bálsamo que vuestro amor ha sabido poner en mis heridas?...
¡Gracias! ¡Mi corazón os bendice! ¿Sabéis apreciar esta
palabra?... ¿Sabéis quién es Aquel que os la dirige?... ¡Ah, soy
Yo mismo; Yo, vuestro Dios y vuestro Rey, vuestro Padre y vuestro
Amigo; soy Yo, Jesús, que os habla!... ¡Ved cómo me acerco a
vosotros!... Sí, mi corazón adorable es el sol de ventura que para
vosotros se levanta sobre la colina de este altar, trayéndoos sus
luces y sus ardores como presente de Año Nuevo!...
Ved,
me llego a vosotros, derrochando mercedes; vengo en busca vuestra
para colmaros, para enriqueceros, si posible fuese, hasta empobrecer.
Yo mismo, depositando en vosotros todos mis tesoros...
Me
acerco a vuestras almas, como una nube cargada con un diluvio de
gracias que quisiera derramar a profusión y sin medida sobre
vosotros y vuestros hogares, a fin de que este año que comienza sea
un año de bendiciones y de gracia... Pero para ello espero una
palabra todavía de vuestra parte... ¡Abrid, ¿queréis?, abrid de
par en par el Tabernáculo de mi Sagrado Corazón y pedid sin temor
de importunar, pedid confiados! ¿Qué gracia solicitáis que Yo os
conceda, qué favor esperáis del tesoro de mis misericordias
infinitas?
(Todos)
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
No
dudo, hijitos, de la sinceridad del corazón; pero esta generosidad
os la dicta tal vez el entusiasmo que os infunde mi Sagrario... Mas
cuando os alejéis de aquí, una vez a distancia y en plena lucha
contra el mundo frívolo, ¿me diréis entonces otro tanto?... Ah,
sobre todo para esa hora de refriega, ¿qué fuerza divina de
victoria reclamáis?... ¡Habladme todos!
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Pero
si el mundo se empeña en alejaros de mi pecho, en arrebataros de mis
brazos...
Y
si en su tiranía osara exigiros que escojáis definitivamente entre
sus placeres vanos y mi Ley, decidme, amigos, ¿qué tesoro
escogeríais?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Mas
suponed que el mundo no ceje, que la lucha recrudezca y que por causa
de vuestra fidelidad tengáis que sufrir cruces y baldones... ¿con
qué grito del alma llamaríais entonces en socorro vuestro?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
¡Oh,
qué hermosura cristiana, qué nobleza divina la vuestra!... Pero
decidme con toda intimidad: esos sentimientos, ¿animan también a
los vuestros?... En el hogar querido, ¿piensan y hablan todos
así?... Si así no fuera reclamad para ellos mi gracia: ¿qué pedís
para ellos en testimonio de mi amor?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
¿Por
qué esa tristeza, hijitos míos? ¡Qué! ¿Tal vez tenéis en el
hogar algún enfermo del alma a quien amáis mucho, pero que no me
ama a Mí?... ¡Pobrecito! Yo quiero salvarlo, él no pide, pero
vosotros pedís por él. ¿Qué fortuna queréis para el hogar?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
Creed
en mi amor y Yo los salvaré en recompensa a vuestra fe y a la
plegaria de esta Hora Santa, deliciosa... ¡Ah! Pero pensad también
en vosotros: día llegará, y tal vez muy pronto, en que la muerte
golpeará a vuestras puertas... Para entonces, para esa hora suprema
de justicia, ¿qué galardón esperáis de mi sentencia?...
Reclamadlo ahora mismo: ¿qué esperáis de mi misericordia?...
Para
nosotros, tu adorable Corazón.
Para
Ti, Jesús, inmensa gloria.
(Aquí
puede entonarse un cántico al Sagrado Corazón).
(Entre
tanto que los Príncipes de la Corte celestial ofrecen al Rey de los
Reyes presentes dignos del Paraíso, Jesús, enamorado de los
humanos, pensando en sus pequeñuelos, toma el camino de la tierra y
sale a nuestro encuentro, colmadas sus manos divinas con presentes de
Cielo... Nos trae, especialmente, tres inmensos y riquísimos
tesoros, ofrenda valiosa de su amable Corazón. ¿Querríais meditar
unos instantes en el valor inestimable de esos tesoros?... Hagámoslo
considerando brevemente tres cuadros, tres escenas del Evangelio.
¡Oremos meditando! ¡Meditemos amando!).
I.
Don de Luz.
¿Recordáis lo que decía el ciego? “¡Señor, haz que vea!”.
Mucho más ciego que este desdichado Nicodemo, ciego del alma, calla
y teme... ¡Oh, con qué fulgor victorioso debieron brillar los ojos
de Jesús, mirando con dulzura a Nicodemo en la primera entrevista
misteriosa! ¿Imagináis la turbación que la proximidad estrecha y
las palabras del Maestro divino provocarían en el alma tímida de
ese ciego, temeroso de sanar?... Pero, ¡cuán fuerte, cuán
irresistible debió ser la atracción del imán, de los ojos y del
Corazón de Jesús! Cada palabra suya era una saeta de luz que lo
traspasaba, conquistándolo... Con infinita suavidad, el Sol divino
avanza, penetra en los abismos de esta alma recta... Pero a pesar de
su rectitud, de su buena voluntad, hubo ciertamente un primer momento
de sorpresa, de resistencia secreta, de lucha... ¡Era
tan fuerte en ella el respeto humano!
El
Maestro condesciende: su Corazón es suavísimo... se concierta una
entrevista...; pero ésta será de noche... Ya están faz a faz,
solos, Jesús y Nicodemo. Al separarse, el Salvador debe haber dicho
a Nicodemo: “¡Ya sabes que te amo...; iré pues, a tu propia
casa!” Y en una segunda entrevista, lucharon frente a frente las
tinieblas y la luz... Las palabras de Jesús despiden fulgores, soles
de claridad que brotan de su pecho, pasando por sus labios... Y poco
a poco, esas claridades penetran y luego disipan las nubes de
tinieblas...
Lenta,
pero profundamente, traspasan esa alma del Rabino, derriten sus
hielos, calcinan la roca... ¡Ved: el Sol, Jesús, ha triunfado;
Nicodemo, vencido, le adora! ¡Qué enseñanza!... En la medida en
que el famoso Rabbi, Nicodemo, se olvida y se desprende de sus
prejuicios, de sus propias ideas y pasiones...; en la medida en que
muere a sí mismo, una luz, una inmensa luz invade todo su ser...
Cuando
Nicodemo apaga sus luces, el Señor prende la suya. Esa será también
nuestra propia historia.
No
seremos los verdaderos hijos de la luz sino en la medida en que
sepamos desprendernos, desasirnos de nosotros por una perfecta
inmolación de espíritu. La luz no llega al fondo de un alma sino
por la cruz de Jesús. Pero, ¡gracias también a nuestras propias
cruces!... Se repite, pues, con ligeras variantes, la historia de
Saulo en el camino de Damasco: la misericordia del Señor nos
sorprende en el camino de tinieblas, nos asalta, nos echa por tierra,
nos obliga a morder el polvo... Sólo entonces, humillados y en la
Cruz, somos capaces de oír y de comprender en el fondo de nuestras
almas estas palabras de luz inefable: “¡Yo soy Jesús de
Nazaret!”.
¡Oh,
si entre estos amigos del Señor hubiera alguno que le tema
demasiado, que por esto vacila en acercarse, que se acerque sin
recelos, que busque la vecindad, ¿qué digo?, la intimidad del
Maestro!... ¡Ah, sobre todo, que no resista al llamamiento amoroso
que le hace Jesús en esta Hora Santa... Que si teniendo las dulces
exigencias de su Amor, tomara la fuga, el camino extraviado de
Damasco, el Amor de los amores saldrá a su encuentro, lo herirá en
el corazón, y por esta herida de amor penetrará la luz!
¡Oh,
mil veces felices aquellos a quienes fustiga e hiere Jesús; felices
las almas a quienes el Señor hace llorar! Por estas lágrimas les
revelará un día el esplendor de su Belleza soberana.
Eterna
y divina historia: esta lluvia de lágrimas, lluvia saludable,
purifica e ilumina el cielo de las almas, arranca la venda de escamas
que, nublando los ojos, nos impedía ver a las claras a Jesús...
Entonces sí que el alma que ha llorado se encontrará frente a
frente de Jesús, y éste le dirá: “¡Mírame, soy Yo la luz!...
¡Sígueme y no andarás en tinieblas!...”.
(Breve
silencio)
(Todos
Tres veces)
¡Señor,
haz que yo vea!
(Tres
veces)
¡Señor,
Dios de luz, haz que te vea!
(Tres
veces)
En
mi cruz y por mis penas quiero verte, Jesús...
II.
Don de Misericordia.
Para mejor apreciar este don, el de más aplicación práctica de
nuestra vida, hagamos una glosa de la bellísima parábola del Buen
Samaritano, aplicándola a la economía del Corazón de Jesús con
relación a las almas... ¡Esta historia es tan realmente la
nuestra!...
(Con
unción)
En
un recodo del camino yace por tierra, herido, despojado, un
pobrecito... Viajeros sin entrañas van y vienen; pero todos pasan
indiferentes, desdeñosos, a su lado: se justifican de dicha
indiferencia declarándose a sí mismos irresponsables de la
desgracia de ese hombre... Lo miran sin detenerse... y continúan sin
inmutarse, tranquilos, su camino... Puesto que el desgraciado yace
por tierra y está herido, culpa suya debe ser, parecen decirse
interiormente todos, a medida que desfilan... Y si es culpable, que
debe serlo, ¡pues que expíe su pecado!... ¡Tal es la justicia que
pretende hacer el mundo!
Pero
he aquí que por fin alguien se detiene: ¿Quién será?... Una luz
suavísima parece irradiar de Él, y le precede... Ved: ya está
junto al herido... ¡Qué belleza de majestad dulcísima,
conquistadora, envuelve toda su persona!... ¡Oh, qué compasión tan
honda revela su mirada y qué bondad indecible, arrobadora,
relampaguea en su rostro, de hermosura más que humana!... Al verle
se diría que es un hombre que va a estallar en sollozos...
¡Oh,
se diría más bien un Dios de una ternura, más que inmensa,
infinita!... ¡Quién puede ser sino... Jesús!... ¡Oh, sí, es
Él!... Se llama a Sí mismo el Hombre-Dios de todos los dolores, y
nosotros le llamamos el Hombre-Dios de todas las misericordias...
Aparece como Señor de la majestad en el camino de sus ángeles..., y
se presenta como el Señor de todas las ternuras en el camino de los
mortales, de los hombres, sus hermanos...
Contempladlo;
se inclina hacia el herido...; se arrodilla a su lado mismo... Ved;
le da a beber como refrigerio sus preciosas lágrimas, y lo envuelve
en los pliegues de su propia túnica... ¡Ah, ese Señor no es bueno,
no; Él es la Bondad encarnada!...
Observadlo
todavía; lo ha tomado entre sus brazos; lo estrecha con deliquios de
ternura, y, rico y dichoso con el tesoro del desdichado herido,
corre..., vuela... ¡Pero, entre tanto, abrazándolo, comienza a
reanimarlo, a darle nueva vida al calor de su amante Corazón!...
¿Y
qué hará en seguida?... ¿Conducirlo tal vez a una hospedería?...
¡Ah, no!... Lo lleva a su propia casa: le da su hogar... Una vez en
ella, no llama a gente mercenaria que lo cuide, ni se atreve, en su
inmenso amor, a confiarlo a sus propios ángeles...
¡Llama
a María, la Reina, y lo deposita suavemente entre sus brazos
maternales, pidiéndole, rogándole que cuide al hijo herido, como le
cuidó a Él mismo en la cuna de Belén... y en la cima del
Calvario!... Pero al entregarlo así a su Divina Madre, Jesús no se
aleja; queda inspirando desvelos y ternuras al lado de la Reina del
Amor Hermoso; no da tregua a su Corazón de Salvador, que desvela
noche y día sobre el dichoso desdichado... ¡Observad con qué
misericordia, ayudando a la celestial Enfermera, venda Él mismo con
sus manos creadoras las heridas: ved cómo pone en ellas el vino y el
aceite de su sangre y el bálsamo exquisito de sus besos!... ¡Ved
cómo lo lava y purifica en la piscina de su adorable Corazón!...
¡Y
una vez convaleciente, le da ropaje de príncipe! Y cuando sana, lo
retiene en su palacio, lo sienta en su mesa... ¡Más, mucho más
todavía; lo trata como amigo íntimo, como hijo mimado, y un día lo
declara y constituye su heredero!...
¿No
es verdad que ésta es vuestra historia?... ¡Oh, cuán cierto es que
no hay sino un sólo Jesús, uno solo; pero Él nos basta! Por esto,
cediendo al impulso de nuestra inmensa gratitud, cantemos y alabemos
la compasión y la misericordia infinita del Corazón del Salvador...
(Poned
el alma entera en cada palabra...)
Las
almas.
¡Oh, Jesús adorable, Rey, Hermano y Amigo, creemos, ¡oh, sí!, que
Tú bajaste del cielo para traernos la vida y para dárnosla
superabundante... Creemos que viniste en busca de los enfermos
gravísimos y sin remedio, de aquellos que ya parecían como
náufragos abandonados... Sí, viniste para ellos sobre todo, para
sanarlos, y, una vez curados y embellecidos por tu gracia, para
devolverlos al Padre que te los confió. ¡Ay, con sentimientos de
humildad y de arrepentimiento debemos y queremos reconocer, Maestro
adorable, que hemos sido nosotros las ovejas extraviadas, el hijo
pródigo, la dracma perdida, la caña rajada, la mecha humeante, el
acreedor rebelde, el servidor culpable y la roca empedernida que
rechazó la simiente, regada con tu sangre!...
De
rodillas, pues, y llorando nuestras culpas, te decimos:
¡Perdón,
Jesús, Salvador!... ¡Perdón, Jesús, oh, Buen Pastor! ¡Perdón,
oh, Padre de misericordia infinita por el sinnúmero de infidelidades
de nuestra vida pasada!... ¡Perdón!
Hemos
pecado, Señor, abusando del tesoro inagotable de tu paciencia y
bondades... ¡Perdón!... Y para pagar ahora mismo la compasión y
caridad con que nos has tratado sin merecerlo, querríamos
arrebatarte esa misma misericordia, haciendo violencia a tu dulce
Corazón en favor de tantos otros que no te conocen y te ultrajan...
¡Acuérdate, Jesús, que Tú mismo nos los diste como
hermanos nuestros!... Míralos compasivo, Maestro, en lucha
desesperada y sin fruto, entre los abrojos del mundo y sus pecados...
¡Escúchanos,
pues, benigno, oh, amable Salvador!...
¡Ten
piedad, Señor, de aquellos niños pequeñitos todavía, pero cuya
inocencia ha perecido ya, agostada en un hogar sin fe y de
desventura!... ¡Por la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos
ellos!... ¡Corazón de Cristo-Rey: sé Jesús para ellos todos!
(Todos)
Sé
Jesús para ellos todos.
¡Ten
piedad, Señor, para tantos hogares infelices que luchan, cantan y
lloran, sin las luces ni los consuelos de la fe, sin la gracia y
fortaleza de tu santo amor!... ¡Por la reina del Amor Hermoso, ten
piedad de todos ellos!... ¡Corazón de Cristo-Amigo: sé Jesús para
ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
Ten
piedad, Señor, de la caravana incontable de ciegos voluntarios... y
también de tantos otros que jamás tuvieron, ni en el hogar ni en la
escuela, la gracia inestimable de oírte, de conocerte... No olvides
a tantos que te conocen apenas de nombre..., a gran distancia, y que
no saben, ¡pobrecitos!, cuán dulce y bueno eres siempre Tú... ¡Por
la Reina del Amor Hermoso, ten piedad de todos ellos!... ¡Corazón
de Cristo-Salvador: sé Jesús para ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
Ten
piedad, Señor, de los agonizantes, y muy especial de aquellos que no
han sido perversos, sino débiles e ignorantes... Inclínate, en
particular, hacia aquellos que tuvieron caridad con los pobres y los
dolientes; ¡oh!, hazles Tú mismo caridad... ¡Por la Reina del Amor
Hermoso, ten piedad de todos ellos! ¡Corazón de Cristo agonizante:
sé Jesús para ellos todos!
Sé
Jesús para ellos todos.
(Pedid
por la conversión de vuestros seres queridos).
III.
El Don del Sagrado Corazón.
Como si los inapreciables dones de luz y de misericordia no bastaran
para probarnos su liberalidad, he aquí que Jesús se propone resumir
todas sus larguezas en el don inefable, sublime de su Sagrado
Corazón. Para explicarnos tanta belleza, acudamos una vez más al
Evangelio, ya que la sabiduría como la elocuencia humana quedan
cortas y en extremo pobres para darnos una lección cumplida.
Contemplemos
aquella escena cuya soberana hermosura conmovió a los ángeles
testigos de ella, en la última Cena.
Jesús
acaba de instituir la divina Eucaristía... Una sombra de infinita
tristeza... casi de agonía, nubla su fisonomía adorable...: es que
ve ahí a Judas; el ingrato tiene ya en su poder la suma que ha
recibido para entregar a su Señor.
Diríase
que Juan, el predilecto, lo ha adivinado todo, leyendo ya esta
historia de perfidia en los ojos de su Amigo Divino... Y como quien
se ofrece para pagar con creces, para reparar esa infamia, ved cómo
se acerca, cómo se estrecha a Jesús... Y más; con una confianza
espontánea y sencilla descansó amorosamente su cabeza sobre el
Corazón de Jesús...
¡Ah,
y ciertamente Jesús, complacido y consolado, recompensó esa
intimidad reclinando su adorable Corazón en el de Juan, su
apóstol... y su amigo!... ¡En ese momento de gloria se lo confió,
sin duda, se lo dio por entero... y desde entonces, Jesús y Juan se
unieron con vínculo eterno... más allá de la vida y más allá de
la muerte!...
¿Creéis
que Juan tenía derecho a tanto privilegio?... Verdad es que era puro
y casto de espíritu y de corazón, pero... apenas si entonces había
comenzado a amar. No había tenido aún, por cierto, ni tiempo ni
oportunidad de probar a su Maestro con obras de martirio cuánto le
amaba... ¡Ah, pero Jesús, dueño de su propio Corazón, tiene el
derecho soberano de adelantarse, de amar Él primero... de dar
gratuitamente más amor!...
En
realidad, éste es un misterio tal que nos abisma y confunde... ¡Es
preciso ser Jesús para amar de esta suerte, para ofrecer
gratuitamente un don semejante... y que sólo Él nos puede hacer!...
Mas,
si desalentados os dijerais que tanto favor fue la recompensa a la
inocencia de Juan, que las almas de lirio, como la del apóstol
predilecto, son contadas... y que no pudiendo presentar ni su pureza,
ni su generosidad, debierais renunciar al don del Corazón de
Jesús...; ¡Oh!, retractad este pensamiento y poned los ojos
jubilosos y asombrados en otro cuadro, que completa el primero, que
lo realza...
¡Jesús
agoniza en el Calvario!... ¡A sus pies, cerca de Juan... más cerca
aún de la Reina Inmaculada, está... Magdalena!... ¡A un lado, la
inocencia conservada, y del otro, la inocencia recobrada!... ¡Y
ambos, Juan y Magdalena, por testigo la Reina Inmaculada, reciben
igualmente, en testamento supremo, el Corazón de Jesús!
¿Quién
de los dos recibió la mejor, la óptima parte?... ¿Quién?... Nadie
lo sabe, nadie lo sabrá acá abajo sino Jesús... ¿Y por qué no
serían ambos iguales en fortuna?... ¿Por qué?... ¡En todo caso,
ese silencio elocuentísimo no es sino el llamamiento constante,
reiterado que, con ligeras variantes, con tonalidades distintas,
llama a unos y a otros, a inocentes y a penitentes, y los urge para
que en caravana inmensa, incontable, avancen resuelta y confiadamente
por el camino del Calvario, hacia el Tabor de gloria eterna!...
¡Oh!,
terminemos por esto la Hora Santa dando rienda suelta a nuestro
júbilo, a nuestra confianza y gratitud... ¡Que nuestra última
plegaria tenga la cadencia de un verdadero himno, cántico de
alabanza, de acción de gracias y de amor, al Corazón de Jesús
Sacramentado!
¡Nos
has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás a tu paso las
flores de los campos y los lirios de los valles de tu Patria, y en
pago hemos sido nosotros las zarzas y las espinas de tu corona! Pero
no te canses de nosotros; acuérdate que eres Jesús para estos
pobres desterrados.
¡Nos
has bendecido, Jesús amado, como no bendijiste jamás las mieses,
las viñas y los jardines de Samaria y Galilea, y nosotros te hemos
pagado siendo tantas veces la cizaña culpable de tu Iglesia; pero...
no te canses de nosotros: acuérdate que eres Jesús para estos
desterrados!
¡Oh,
Jesús amado, tu Corazón nos ha bendecido como no bendijiste jamás
las aves del cielo ni los rebaños de Belén y Nazaret... y nosotros
te hemos pagado huyendo de tu redil y temiendo la blandura de tu
cayado amorosísimo... ; pero... no te canses de nosotros; acuérdate
que eres Jesús para estos pobres desterrados!
¡Oh!,
en este día venturoso, déjanos porque hemos sido ingratos contigo,
Jesús Sacramentado, déjanos ofrecerte un himno de alabanza en el
tono inspirado del Profeta-Rey; en su lira te cantamos con la Madre
del Amor Hermoso.
Espíritus
angélicos y santos de la Corte celestial, bendecid al Señor en la
misericordia infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador,
convertido en creatura y Hostia por amor!
(Todos)
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Sol,
luna y estrellas, desplegad vuestro manto de luz sobre este
Tabernáculo, mil veces más santo que el de Jerusalén, lleno de la
majestad de su dulzura... bendecid al Señor en la misericordia
infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en
criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Fulgor
de la alborada, rocío de la mañana, campos
de luz muriente del crepúsculo, glorificad la majestad del silencio
del Rey y del Sagrario... bendecid al Señor en la misericordia
infinita con que nos ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en
criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Océano
apacible, océano rugiente en tempestad; profundidades vivientes del
abismo, proclamad la omnipotencia del Cautivo de este altar; bendecid
al Señor en la misericordia infinita con que nos ha colmado.
¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Brisas
perfumadas, tempestades devastadoras, flores de la hondonada,
torrentes y cascadas, cantad la hermosura soberana de Jesús
Sacramentado. ¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia
por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Nieves
eternas, selvas, volcanes y mieses,
colinas y valles, ensalzad la magnificencia del Dios aniquilado del
altar...; bendecid al Señor en la misericordia infinita con que nos
ha colmado. ¡Hosanna al Creador, convertido en criatura y Hostia por
amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
Creación
toda entera, ven, acude presurosa en nuestro auxilio; ven a suplir
nuestra impotencia; los humanos no sabemos cantar, bendecir ni
agradecer; ven y con cantares de naturaleza ahoga el grito de
blasfemia, repara el sopor, la indiferencia del hombre ingrato,
colmado, con la misericordia infinita de Jesús Eucaristía. ¡Hosanna
al Creador convertido en criatura y Hostia por amor!
¡Hosanna
al Divino Prisionero del amor!
¡En
reparación de tantos como le olvidan, amemos más, amemos con amor
más fuerte que la muerte!...
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Una
Salve
invocando
a la Reina del Amor Hermoso.
Padrenuestro
y Avemaría por
las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro
y Avemaría por
los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro
y Avemaría pidiendo
el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y
diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey
Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco
veces)
¡Corazón
Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Padrenuestro,
Avemaría y Gloria para ganar las indulgencias otorgadas a esta devoción.
VISIÓN
DEL SAGRADO CORAZÓN DE SANTA MARAGARITA MARÍA DE ALACOQUE
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