domingo, 15 de noviembre de 2015

MES DE MARÍA - Dia once

DESTINADO A HONRAR EL DOLOR DE MARIA EN LA PROFECÍA DE SIMEON


VIRGEN DEL VALLE, MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ JURADO.

Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro nombre y alabanzas. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.



CONSIDERACIÓN

Cuando José y María penetraban llenos de júbilo en el sagrado recinto llevando las palomas del sacrificio, un santo anciano llamado Simeón se sintió iluminado por una inspiración divina. Bajo los pobres pañales del hijo del pueblo reconoció al Mesías prometido; y tomándolo de los brazos de su Madre, lo levantó en alto, inundadas sus rugosas mejillas por lágrimas de gozo. Dirigióse en seguida a María, y después de un largo y triste silencio, la dijo con voz profética: «Tu alma será tras pasada con una espada de dolor», porque este niño será el blanco de las persecuciones de los hombres.
A la luz de esta siniestra profecía, vio la dolorida Madre el cuadro sombrío de la pasión de su Hijo. Ella inclinó suavemente la cabeza, como una caña se dobla al soplo de la tempestad, y sintió que una espada de doble filo se introducía en sus entrañas de madre. Desde ese momento, toda felicidad concluyó para ella, y aceptando sin quejarse la disposición divina, acercó sus labios al cáliz que bebería durante su vida entera. Cuando estrechaba a su Hijo amorosamente entre sus brazos, y lo colmaba de maternales caricias, las palabras de Simeón venían a derramar gotas de hiel en la copa de sus goces de madre. No le fue con cedido a María lo que es dado a todas las madres: gozar en paz del amor de sus hijos e indemnizarse de los rigores de la suerte con una sonrisa amorosa de sus labios entreabiertos por la inocencia. Ella veía a todas horas escrita en la frente de Jesús la sentencia de muerte que los hombres habían de fulminar contra él en recompensa de sus beneficios. Esa idea lúgubre la sorprendía en el sueno, la molestaba en las vigilias, la perseguía durante el trabajo y la perturbaba durante las escasas horas del descanso. ¡Ah! ¡La túnica de Jesús, tejida por sus propias manos, antes de ser tenida con la sangre del Hijo, fue empapada en las lágrimas de la Madre!...
Los tormentos de los mártires, los rigores de los penitentes, las penas interiores de las almas atribuladas nada tienen de comparable con este dolor. Los mártires sufrieron por un momento, pero María sufrió durante su vida entera. Sin embargo, a esos presagios siniestros, a esas imágenes sombrías y desgarradoras, ella opone una fe generosa y una resigna­ción heroica. Adora de antemano los designios de Dios y saluda con efusión la hora de la salvación del linaje humano efectuada por los padecimientos del hijo de sus entrañas. Hija ilustre de Abrahán, ella se prepara a trepar a la montaña del sacrificio, a aderezar el altar y a poner fuego al holocausto. Todo eso era preciso para la salud del mundo y exigido por la gloria de Dios, y no trepida un momento en sacrificarse con tal de dar cima a tan gloriosas empresas.
En su largo y prolongado martirio soporta do con tan heroica resignación, María nos en seña a sufrir y a sobrellevar con alegría la cruz de los pesares de la vida. La verdadera gloria y el verdadero mérito se fundan principalmente en el sufrimiento y en la cruz. El sacrificio es la corona y el perfume del amor, y quien ama a Dios no puede menos que resig­narse a los trabajos y penalidades a que so mete la virtud de sus siervos y prueba los quilates del amor que le profesan. Quien ama a Dios anhela sufrir por él para darle la prueba de la firmeza de su amor. Servir a Dios en medio de los consuelos es servirlo por interés y amarlo sin merecimientos. Por eso las almas amadas de Dios son las que arrastran una cruz más penosa, porque él se complace en habitar cerca de los que padecen. Se engaña quien crea alcanzar el cielo sin sufrir. Después que Jesucristo y después que María alcanzaron el triunfo a fuerza de padecer, ningún elegido podrá conquistar la victoria sino padeciendo. Si queremos ser los discípulos de Jesús, es preciso que tomemos su cruz y marchemos sobre sus huellas ensangrentadas, pues no seria justo que el discípulo fuera de mejor condición que el Maestro.
El sacrificio es necesario, porque sin él la santificación es imposible. El hombre que no se somete a esa ley imperiosa, renuncia a su felicidad, que no puede obtenerse sino a costa del sufrimiento. Por más que trabajemos, la desgracia y los pesares nos seguirán a todas partes como nuestra propia sombra. El rey en su trono, el rico en sus palacios, el labriego en su rústica morada, el menesteroso bajo su techo de paja están asediados de penalidades. Dios lo ha dispuesto así para que no nos ha gamos la ilusión de que la tierra es el paraíso y de que esta aquí el término de la jornada. Y bien, si nadie esta exento de padecer, ¿cómo es que no hacemos provechoso el sufrimiento, aceptándolo con resignación y con espíritu de penitencia? ¿Cómo es que el dolor nos arranca injustas quejas y nos sumerge en la desesperación? No nos quejemos y desesperemos cuan do sobrevengan sobre nosotros las olas de la tribulación; levantemos al cielo nuestros ojos llorosos en busca de consuelo, de resignación y de fuerza; pero al mismo tiempo bendigamos a Dios, que nos concede los medios más seguros para alcanzar la posesión de la felicidad y que nos permite de esa manera asemejamos a Jesús y a María.
EJEMPLO
María, Arca de paz y alianza eterna