INSTRUCCIÓN
RELIGIOSA
EL
CRISTIANISMO
SUS
DOGMAS, ORACIONES,
MANDAMIENTOS
Y SACRAMENTOS
***
PRIMERA
PARTE
LO
QUE SE HA DE CREER
EL
CREDO
ARTÍCULO
VII
DESDE
ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR A LOS
VIVOS
Y A LOS MUERTOS.
Jesucristo
volverá del Cielo visiblemente al fin del mundo.
Vendrá
a juzgar a todos los hombres.
La
palabra vivos
significa los buenos;
y la palabra muertos,
los malos.
Los
Novísimos.
Los
Novísimos o Postrimerías del hombre son: Muerte, Juicio, Infierno y
Gloria.
Debemos
recordar a menudo estos Novísimos, pues dice el Espíritu Santo:
“En
todas tus obras acuérdate de tus Postrimerías y no pecarás jamás”.
(Eclesiástico, cap. VII, v. 40).
La
muerte.
Morir
es separarse el alma del cuerpo.
Todos
hemos de morir; no sabemos cuándo, ni cómo, ni en dónde.
Si
esta vez erramos el paso, lo hemos errado por toda la eternidad.
Debemos,
pues, estar siempre bien preparados para morir en gracia de Dios.
El
juicio.
Después
de la muerte inmediatamente tendrá lugar el juicio.
El
juicio es la cuenta que el hombre debe dar a Dios y la sentencia del
Divino Juez.
Todos
los hombres hemos de ser juzgados dos veces:
La
primera en la hora de la muerte; la segunda al fin del mundo.
En
estos juicios se examinarán todos los pensamientos, deseos,
palabras, obras y omisiones de cada hombre, desde el primer instante
del uso de razón hasta el momento de la muerte.
El
juicio de la hora de la muerte se llama particular,
porque es de una sola persona.
El
juicio del fin del mundo se llama universal,
porque será de todos los hombres.
La
sentencia del juicio particular es irrevocable.
La
sentencia del juicio universal será la
confirmación
de la del juicio particular.
Cuando
uno muere, el alma va al Cielo, o al Purgatorio, o al Limbo de los
niños, o al Infierno.
El
Cielo.
Va
al Cielo el que muere en gracia de Dios y no tiene deuda alguna de
pena.
El
que tiene alguna deuda de pena va antes al Purgatorio.
El
Cielo es un lugar de suma y eterna felicidad; se ve claramente a
Dios; se goza de todo bien, sin mal alguno.
La
gloria esencial consiste en ver claramente a Dios.
Es
más dicha ver a Dios por un instante, que gozar eternamente de todas
las riquezas, placeres y honores que se pueden imaginar en este
mundo; porque el mundo entero comparado con Dios es como nada.
¡Qué
dicha será, Dios mío, veros, no por un instante, sino por toda la
eternidad!
Los
buenos estarán eternamente en el Cielo.
Todos
hemos sido creados para el Cielo.
Va
al Cielo todo el que quiere ir de veras, resueltamente, esto es, el
que pone los medios necesarios para conseguirlo.
Todos
los hombres quieren ir al Cielo; pero algunos tienen sólo el querer
del perezoso; quieren ir al Cielo y no quieren poner los medios
necesario para conseguir el más precioso de todos los bienes.
El
Cielo es el premio de valor infinito que Dios tiene reservado a los
que le sirven fielmente en esta vida.
Es
un premio tan precioso que para conseguírnoslo, el mismo Hijo de
Dios dio toda su sangre y aún la vida.
Si
para dárnoslo, Dios nos exigiera pedírselo de rodillas dos horas
diariamente, o que hiciéramos durante un millón de años la más
rigurosa penitencia, aun así el Cielo fuera como regalado.
Pero
Dios no nos pide tanto, sino sólo que observemos sus divinos
mandamientos; cosa bien fácil de hacer con la divina gracia, que
nunca falta.
Lo
único que nos puede hacer perder el Cielo es el pecado mortal.
Si
los hombres para conseguir los bienes eternos, tuvieran, no digo
tanto, sino la mitad del cuidado que tienen para conseguir los bienes
de la tierra, todos serían santos, todos irían al Cielo.
Mas
¡ay! Muchos hombres viven sobre la tierra como si tuvieran que
permanecer en ella para siempre, sin cuidarse para nada de merecer la
eterna felicidad.
En
el Cielo los premios son proporcionados a la cantidad y calidad de
las obras buenas hechas en gracia de Dios.
Quien
tiene menos premio no envidia al que tiene más; como un niño
contento con su vestido chico no envidia al que lo tiene grande.
Cada
obra buena que practicamos, estando en gracia de Dios, tiene su
mérito y su premio en el Cielo.
El
premio correspondiente a cada obra buena, aún a las más
insignificantes, es superior a todos los bienes materiales de la
tierra y durará eternamente.
Procuremos
aprovechar todos los días, y aún todos los instantes de nuestra
vida, haciendo todo el bien que podamos para ir aumentando siempre
nuestros méritos y premios de la gloria.
Si
los que están en el Cielo pudieran tenernos envidia de algo, la
tendrían, porque nosotros, mientras vivimos, podemos aumentar
siempre el tesoro de méritos y de premios para el Cielo, y ellos no.
El
Purgatorio.
Va
al Purgatorio el que muere en gracia de Dios y tiene alguna deuda de
pena.
Esta
deuda de pena puede ser:
1º-
Por pecados veniales; y
2º-
Por no haber hecho la debida penitencia de los pecados mortales,
perdonados en cuanto a la culpa y pena eterna.
Con
la Confesión bien hecha se perdonan siempre las culpas graves y la
pena eterna, pero no siempre queda perdonada toda la pena temporal.
Dios,
al perdonar el pecado mortal, ordinariamente conmuta la pena eterna
en una pena temporal.
Esta
pena temporal debe pagarse en esta vida o en el Purgatorio.
En
esta vida se paga haciendo obras buenas, especialmente cumpliendo la
penitencia impuesta por el confesor.
El
Purgatorio es un lugar de expiación temporal.
Las
Almas del Purgatorio, cuando han satisfecho del todo por sus pecados,
van al Cielo.
Dios,
infinitamente justo, ninguna obra buena o mala deja sin premio o
castigo, aunque se trate de cosas pequeñas.
Los
que mueren con solos pecados veniales no merecen el Infierno, ni
pueden ir al Cielo, porque nada manchado puede entrar en él.
Debe,
pues, existir un lugar para que las almas se purifiquen antes de
entrar en el cielo.
En
el Purgatorio se padece la privación de la vista de Dios, el
tormento del fuego y otras penas.
El
mayor dolor de las benditas Ánimas es no poder ver a Dios y pensar
que, siendo Él infinitamente bueno, le han ofendido.
Las
Almas benditas, al verse manchados con el pecado, con gusto se
sumergen en aquellas llamas, y aun quisieran fueran más ardientes
para purificarse más pronto.
Aprendamos
de las benditas Ánimas a aborrecer el pecado, aún leve, sobre todo
mal.
Los
sufragios.
Podemos
socorrer a las benditas Ánimas, y aún librarlas del Purgatorio, con
oraciones, indulgencias, limosnas y otras buenas obras, y, sobre
todo, con la Santa Misa.
Se
llaman Sufragios
las obras buenas que se hacen a favor de las benditas Ánimas del
Purgatorio.
Los
sufragios son sólo a manera de súplicas, que la divina justicia
acepta en la medida que cree conveniente.
Por
esto un alma no siempre obtiene infaliblemente todos los efectos de
los sufragios aplicados a ella especialmente.
La
Santa Iglesia aprueba que se repitan los sufragios para un mismo
difunto.
Hacen
muy mal los que no se acuerdan de aliviar con sufragios a las almas
de los difuntos.
Algunos
sólo procuran que el entierro sea muy suntuoso, y nada o muy poco
hacen para el alivio del alma.
El
dogma de los sufragios es motivo de alegría, no sólo para los
ricos, sino también para los pobres.
Los
ricos hacen muy bien en ordenar sufragios; éstos les abreviarán
mucho las penas en el Purgatorio.
Los
pobres tienen una madre tiernísima, que es la Santa Iglesia, la cual
ruega especialmente por ellos, que son sus hijos queridísimos.
La
devoción a las benditas Ánimas del Purgatorio es utilísima, porque
hace practicar muchas obras buenas, causa grande gozo en el Cielo y
ayuda en gran manera a conseguir la salvación de quien practica esta
devoción.
El
voto de Ánimas
consiste en ceder para siempre a favor de las benditas Ánimas del
Purgatorio, toda la parte satisfactoria de nuestras buenas obras, y
todos los sufragios que otros hicieren por nosotros.
Seamos,
pues, muy devotos de las benditas Ánimas del Purgatorio.
Procuremos
socorrerlas, oyendo Misa y comulgando muy a menudo, aun diariamente,
si nos es posible; recemos el Santo Rosario, el Vía Crucis, etc.
Esta
es devoción buena y práctica, con la cual libraremos a muchas almas
del Purgatorio y las haremos entrar en el Cielo.
Limbo
de los niños.
Va
al Limbo de los niños el que muere con el solo pecado original.
El
que muere antes del uso de razón sin el Bautismo, muere con el solo
pecado original.
En
el Limbo no se sufre nada; se goza la felicidad natural.
Dios
hizo, pues, un gran beneficio a los que están en el Limbo, dándoles
la existencia; podría haberles dejado en la nada de donde los sacó.
Los
que mueren después del uso de razón van al Cielo o al Infierno,
según que hayan o no cumplido la ley de Dios.
El
Infierno.
Va
al Infierno el que muere con el pecado mortal.
El
Infierno es el lugar en donde se padecen penas eternas.
Estas
penas son de daño y sentido.
La
pena de daño es la privación de la vista de Dios, Sumo Bien.
Es
la mayor pena de los condenados.
Cuando
el alma se separa del cuerpo se dirige hacia Dios con un ímpetu
irresistible, con mucha mayor vehemencia que el pez busca el agua o
el que está en el fuego procura salir de él; pero Dios rechaza
eternamente al alma que está en pecado mortal.
La
pena de sentido es el tormento del fuego y todo mal, sin bien alguno.
En
el Infierno los demonios son los verdugos.
Basta
un solo pecado mortal para merecer el Infierno.
En
el Infierno la pena es proporcionada a la cantidad y calidad de los
pecados cometidos.
Es
cierto que hay Infierno. Nuestro Señor Jesucristo, que es Verdad
infalible, lo dice muchas veces en el santo Evangelio.
Dios
prohíbe el mal moral y debe castigar al que lo comete.
La
ley, para que los hombres sean compelidos a cumplirla, debe tener
señalada una pena a los transgresores.
Los
transgresores de la ley humana son justamente castigados; con mayor
razón deben ser castigados los transgresores de le ley divina.
Nadie
puede quebrantar impunemente la ley de Dios.
Dios
es infinitamente justo; así como premia a los buenos con felicidad
eterna, castiga a los malos con pena eterna.
El
pecado mortal es una ofensa grave a la majestad infinita de Dios; por
consiguiente, merece un castigo infinito.
El
pecador no puede sufrir un castigo infinito en la intensidad, pero sí
en la duración.
Las
penas del Purgatorio son poco temidas porque son temporales.
Dios,
como sabio legislador, debía establecer un castigo, que de veras
apartase del pecado mortal; tal es el castigo eterno del Infierno.
El
temor del Infierno es una de las causas de que se cumpla la ley de
Dios y las almas se salven.
¿Por
un solo pecado, que se comete en un momento, castiga Dios con una
eternidad de penas?
El
castigo se mide por la gravedad de la ofensa, no por el tiempo que se
emplea en cometerla.
Aun
la justicia humana castiga con cárcel perpetua, y hasta con la
muerte, el crimen que se ejecuta en un momento.
Dios
es Padre de misericordia para los buenos; mas, para los que mueren en
pecado mortal, es juez terribilísimo.
Los
pecadores no deben confiar en que por ser Dios bueno y
misericordioso, no los ha de condenar al Infierno, pues es también
infinitamente justo.
Tan
bueno y misericordioso como ahora era Dios cuando de un golpe arrojó
al Infierno a millares de ángeles.
Por
ser Dios infinitamente bueno, ama infinitamente la virtud y aborrece
infinitamente el pecado: por esto nadie premia o castiga tanto como
Dios.
Si
porque Dios es bueno y misericordioso no debiera castigar con el
Infierno, por la misma razón no debiera permitir los males sin
número que existen sobre la tierra.
Dios,
en el gobierno del universo, no se rige por el sentimentalismo de los
hombres.
En
este mundo, lugar de prueba y no precisamente de premios y castigos,
Dios, con sabiduría y justicia infinitas, permite catástrofes
horrendas, dolores acerbísimos, que alcanzan a buenos y malos.
N.
S. Jesucristo, los santos mártires, hijos queridísimos de Dios,
sufrieron tormentos tan atroces que horroriza el pensarlo.
¿Qué
no exigirá la divina justicia que sufra el pecador rebelde obstinado
en el mal?
Los
que mueren en pecado mortal quedan reducidos a la misma condición
que el demonio, de quien no sentimos compasión.
Va
al infierno quien quiere, pues Dios a todos da gracia abundante para
no caer en el pecado; y a los pecadores, mientras viven, les ofrece
siempre generoso perdón.
Nadie
se condena sino por su propia y libre voluntad, cometiendo culpa
grave.
Aun
los salvajes que nunca han oído hablar de la religión cristiana, si
se condenan es por su culpa; pues a donde no llega la voz del hombre
llega la voz de Dios.
¿Quieres
que no haya Infierno, sino Cielo para ti? Vive siempre en gracia de
Dios; y si tienes la desgracia inmensa de perderla, procura
recobrarla cuanto antes.
El
fin del mundo.
Para
cada uno de nosotros el mundo se acaba en el momento de la muerte;
pero llegará un día en que el mundo se acabará para todos.
Nadie
sabe cuándo será el fin del mundo. Nuestro Señor Jesucristo,
preguntado sobre este punto, no lo quiso decir; no obstante, indicó
algunas señales que lo precederán.
Las
señales que han de preceder al fin del mundo son remotas y próximas.
Las
remotas son:
1º-
Apostasía general: la generalidad de los hombres se apartará de
Dios, no haciendo caso de su divina ley.
2º-
La predicación del Evangelio por todo el mundo.
Las
señales próximas son:
Los
judíos se convertirán a la religión cristiana.
Aparecerá
el hombre del pecado, llamado Anticristo, quien, con sus palabras y
falsos milagros, hará una guerra muy cruel a la Iglesia de
Jesucristo y casi todo el mundo le seguirá.
Elías
y Enoch vendrán a oponerse a este hombre perverso y serán
martirizados.
El
Anticristo perecerá miserablemente.
Habrá
una espantosa combinación de calamidades públicas, como hambre,
peste, guerras, terremotos, inundaciones, etc.
Pero
la señal más próxima será la descomposición de la naturaleza.
El
sol se oscurecerá; la luna se teñirá de sangre; las estrellas
caerán; la tierra temblará; abriéndose en muchas partes; el mar
dará grandes bramidos; las fieras saldrán de los desiertos, y los
hombres verán visiones espantosas y monstruos horrendos; tanto que a
los infelices que presenciarán los últimos días del mundo se les
secarán las carnes, horrorizados al ver a toda la naturaleza en
agonía.
De
las cuatro partes de la tierra saldrá un fuego tan terrible que en
pocos momentos destruirá hombres, animales, bosques, ciudades y
cuanto hallare a su paso, reduciéndolo todo a un montón de cenizas.
Resurrección.
Un
Ángel con una voz a manera de trompeta dirá: ¡Levantaos,
muertos, y venid a juicio!
Al
fin del mundo, los buenos irán al Cielo y los malos al infierno, con
el cuerpo y con el alma.
Dios
quiere que el cuerpo acompañe al alma en el premio o castigo
eternos.
En
la vida presente el cuerpo acompaña al alma en la práctica del bien
o del mal; es muy justo que la acompañe también en el premio o
castigo en la vida futura.
Ahora
los buenos están en el Cielo y los malos en el Infierno solamente
con el alma.
El
alma, aunque esté sin el cuerpo, goza de la felicidad infinita del
Cielo, o sufre los tormentos horribles en el Infierno.
En
nosotros lo principal es el alma; un cuerpo sin alma no sufre ni
goza.
Si
el cuerpo sufre o goza, es por razón del alma; o mejor dicho, es el
alma que sufre o goza en el cuerpo.
Jesús
y María están en el Cielo en cuerpo y alma.
Es
creencia piadosa que también están San José y los santos que
resucitaron, cuando resucitó Jesús.
Al
fin del mundo todos hemos de resucitar.
Para
Dios nada hay imposible.
Todos,
buenos y malos, tendremos el mismo cuerpo que tenemos ahora.
El
cuerpo de los buenos resucitará hermosísimo; el de los malos
feísimo.
Después
de la resurrección, los cuerpos de los buenos y de los malos serán
inmortales, esto es, no podrán morir jamás.
Las
dotes de los cuerpos bienaventurados son:
1ª-
Impasibilidad:
no podrán sufrir jamás pena alguna.
2ª-
Claridad:
resplandecerán como el sol y las estrellas del firmamento.
3ª-
Agilidad:
podrán trasladarse de un lugar a otro en un instante con el solo
acto de la voluntad.
4ª-
Sutileza:
podrán pasar a través de los cuerpos sólidos sin obstáculo
alguno.
La
resurrección de los cuerpos de los bienaventurados es una de las
causas porque la Iglesia trata con tanto respeto los cuerpos de los
difuntos y prohíbe quemarlos.
Juicio
universal.
Todos
los hombres resucitarán y se reunirán en el valle de Josafat.
Jesucristo
volverá del Cielo con grande gloria y majestad,
Sentado
en un trono de gloria, ordenará que los buenos se coloquen a su
derecha y los malos a su izquierda.
Se
abrirá el libro de las conciencias y se publicarán todos los
pecados de los malos y todos los actos virtuosos de los buenos.
El
divino juez dictará la sentencia.
A
los malos les dirá: Apartaos de
mí, malditos; id al fuego eterno, preparado para Satanás y sus
ángeles.
Y
a los buenos les dirá: Venid,
benditos de mi Padre, a gozar del reino que os tengo preparado, desde
el principio del mundo.
Dictada
la sentencia, la tierra se abrirá y el Infierno tragará a los
réprobos., quienes en cuerpo y alma quedarán eternamente sepultados
en los abismos infernales.
El
fuego atormentara los cuerpo, pero no los consumirá ni les quietará
la vida.
Jesucristo
y los elegidos se elevarán a los Cielos, en donde reinarán y
gozarán delicias infinitas por toda la eternidad.
¡Qué
fin tan horrible el de los malos!
¡Por
un momento de placer, los malos se acarrean una eternidad de penas
las más espantosas!
¡Qué
fin tan dichoso el de los buenos!
¡Por
un momento de trabajo, los buenos ganan una eternidad de gloria
infinita!
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