jueves, 27 de agosto de 2015

NOVENA A LAS ALMAS DEL PURGATORIO Dia octavo



EN SUFRAGIO DE LAS AFLIGIDAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO





Condiciones

En uno de los días de la novena, se ha de confesar y comulgar con la mayor preparación y disposición que fuese posible y será bueno ayunar algún día a la honra de las Benditas Ánimas del Purgatorio, durante estos días. Y procure durante estos días estar con una gran pureza de cuerpo y alma, andando con especial cuidado de evitar toda culpa y particularmente contraria a la castidad, que es virtud angélica. Quien fuera de esto hiciere limosnas y otras buenas obras en reverencia a estas Almas, los obligará más a que intercedan con Dios para que alcance lo que desea, si conviniere para su salvación y sino le alcanzará de su Majestad otra cosa mejor y más conveniente para la Bienaventuranza.


Por la señal de la Santa Cruz, etc.


ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío, Jesucristo, Creador, Padre y Redentor mío, en quien creo y espero, a quien amo y quisiera haber siempre amado sobre todas las cosas; me pesa, sí, una y mil veces me pesa de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, bondad infinita; pésame también porque merecí las terribles penas del Purgatorio y ¡ay! tal vez las eternas llamas del infierno. Propongo firmemente nunca más pecar, y apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, ayudado de vuestra divina gracia. ¡Oh! tenga yo, Jesús mío, la dicha de confesarme bien, enmendar la vida y perseverar hasta la muerte. Os lo pido por esas benditas Ánimas, por vuestra Sangre preciosísima y por los dolores de vuestra afligidísima Madre. Amén.
ORACIÓN AL PADRE ETERNO
PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
Padre celestial, Padre amorosísimo, que para salvar a las Almas quisisteis que Vuestro Hijo unigénito, tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísima, se sujetase a la vida más pobre y mortificada, y derramase su Sangre en la Cruz por nuestro amor; ¿cómo? ¿dejaríais sufrir largo tiempo a esas Almas en el Purgatorio, habiendo costado tanto a Jesucristo y siendo vuestras amadísimas hijas? ¿Permitiríais fuese malograda Sangre de tan grande valor?
Compadeceos, pues, de esas pobrecitas Almas, y libradlas de aquellas horrorosas llamas. Compadeceos también de la mía, y libradla de la esclavitud del vicio. Y si vuestra Justicia divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo os ofrezco todas las obras buenas que haga en este Novenario. ¡Ay! de poquísimo, de ningún valor son, en verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de vuestro Hijo divino, con los dolores de su Madre santísima, y con las virtudes heroicas de cuantos justos han existido en la tierra. Miradnos a todos, vivos y difuntos, con ojos de compasión, y haced que celebremos un día vuestras misericordias en el eterno descanso de la gloria. Amén.
Meditación
CÓMO RECOMPENSARÁ EL SEÑOR
A LOS DEVOTOS DE LAS BENDITAS ÁNIMAS
PUNTO PRIMERO
Supongamos, cristiano piadoso, que movido por estas meditaciones, haces una sincera y dolorosa confesión, y ganando la indulgencia plenaria de este santo Novenario, sacas un Alma de la horrenda prisión del Purgatorio. ¡Ah! ¡y qué grande será tu dicha! Si perseveras, ¡qué galardón tan grande recibirás en el cielo! Si los reyes de la tierra, siendo miserables mortales, recompensan con tanta munificencia al que libra a uno de sus vasallos de un gran peligro, o expone su vida sirviendo generosamente a los apestados, ¿cómo pensáis vosotros que premiará el Señor al que libre a una o más Almas de las abrasadoras llamas del Purgatorio? Decid, padres y madres: si aquel hijo, que es la niña de vuestros ojos, cayese en un río o en el fuego y un hombre generoso os le sacara y presentara vivo, ¿cómo se lo agradeceríais? Si vosotros fueseis ricos y potentados, y él pobre, ¿cómo le premiaríais? Ahora bien: ¿qué tiene que ver el cariño del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas Almas, que son sus hijas y esposas muy amadas? ¿Qué son todos los peligros y males de este mundo, comparados con las espantosas penas del Purgatorio? ¿Y qué comparación hay entre el poder y la generosidad de un miserable mortal y el poder y la generosidad infinita de Dios, que promete un inmenso premio de gloria por la visita hecha a un preso, a un enfermo, o por un vaso de agua a un pobre por su amor? ¡Ah, cristiano! no dudo decir que miro como asegurada tu salvación si logras sacar a una sola Alma del Purgatorio. ¿Y no harás lo posible para lograrlo?
Medita un poco sobre lo dicho.
PUNTO SEGUNDO
No pienses, alma cristiana, que ésta es una reflexión piadosa; es una promesa formal de Jesucristo, verdad eterna, que no puede faltar a su palabra. ¿No nos dice en el sagrado Evangelio: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”? Fundado en estas palabras infalibles, hasta ahora, dice el Padre San Gregorio: “Yo no sé que se haya condenado ninguno que haya usado de misericordia con el prójimo”. ¡Ah! Dios quiere mucho a las Almas; todo cuanto se hace por ellas lo mira, agradece y premia como si a Él mismo se le hiciera: “En verdad os digo que todo cuanto habéis hecho con uno de esos pequeños hermanos míos, lo habéis hecho conmigo”. ¡Ah! dichosos cristianos; si socorréis a las pobres Ánimas del Purgatorio, “venid –os dirá un día nuestro liberalísimo Juez–; venid, benditos de mi Padre celestial. Aquellas pobres Almas tenían hambre, y vosotros comulgando las habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuerpo; morían de sed y oyendo o haciendo celebrar Misa les habéis dado a beber mi Sangre preciosísima; estaban desnudas, y con vuestras oraciones y sufragios las habéis vestido con una estola de inmortalidad; gemían en la más triste prisión, y con vuestros méritos e indulgencias las habéis sacado de ella. Y no es precisamente a las Ánimas a quienes habéis hecho estos favores; a Mí me los habéis hecho: Mihi fecistis: pues todo cuanto hicisteis por ellas, Yo lo miro por tan propio como si lo hubieseis hecho para Mí mismo. Por lo tanto, venid, benditos de mi Padre celestial, a recibir la corona de gloria que os está preparada en el cielo”. ¿Y no querríais, cristianos, lograr tanta dicha? Pues en vuestra mano está.
Medita lo dicho un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.
EJEMPLO
Tenía una pobre mujer napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por deudas. Reducida a la última miseria, presentó un memorial a un gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción; pero con todas las súplicas no logró más que unas monedas. Entró desconsolada en una iglesia, y encomendándose a Dios, sintió una fuerte inspiración de hacer decir con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y puso toda su confianza en Dios, único consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa, cuando encontró a un venerable anciano, que llegándose a ella le dijo: “¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?” La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El anciano, consolándola, le entregó una carta, diciéndole que la lleve al mismo señor que le ha dado las monedas. Éste abrió la carta, y ¿cuál no fue su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto? “¿Quién os ha dado esta carta?” “No lo conozco –respondió la mujer–, pero era un anciano, muy parecido a aquel retrato; sólo que tenía la cara más alegre”. Leyó de nuevo la carta, y observó que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del Purgatorio al cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento; dale una buena paga, porque está en grave necesidad”. El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de ternura: “Vos –dijo a la afligida mujer–, vos, con la limosna que os hice, habéis labrado la felicidad de mi estimado padre; yo ahora haré la vuestra, la de vuestro marido y familia”. En efecto, pagó las deudas, sacó al marido de la cárcel, y tuvieron siempre, de allí en adelante, cuanto necesitaban y con mucha abundancia. Así recompensa Dios, aun en este mundo, a los devotos de las benditas Ánimas.
ORACIÓN A JESÚS
CLAVADO EN LA CRUZ
¿De qué trabajos puedo quejarme, oh Jesús dulcísimo, cuando os contemplo clavado en la cruz, desamparado de vuestro Padre celestial, padeciendo la más cruel sed y agonía por mi amor? ¿Cómo no esperaré cuando por todas esas llagas abiertas, como por otras tantas bocas o volcanes de amor, pedís misericordia y perdón? Sí; aliéntate, pecador; pronto está Dios a borrar culpas pasadas; alentaos también vosotras, Almas benditas del Purgatorio; ya se acerca la hora de vuestro rescate y de vuestra libertad. Mañana, con las comuniones que se os ofrecerán, será el dichoso día de vuestra redención. ¡Oh! haced que así sea, dulcísimo Jesús, moved el corazón de estos fieles para que no nieguen este sufragio a las Ánimas, apagad la sed ardentísima que esas Almas tienen de veros, de gozaros, de reinar con Vos y bendeciros por siglos infinitos. Amén. Diremos cinco Padre nuestros, cinco Ave Marías y un Gloria Patri para alcanzar esta gracia del Señor.
OBSEQUIO
Hacer una limosna en sufragio de las Almas del Purgatorio.

ORACIÓN 

A LAS ÁNIMAS EN EL PURGATORIO
Esposas muy queridas del Señor, que encerradas en la cárcel del Purgatorio sufrís indecibles penas, careciendo de la presencia de Dios, hasta que os purifiquéis, como el oro en el crisol, de las reliquias que os dejaron las culpas; ¡con cuánta razón desde aquellas voraces llamas clamáis a vuestros amigos pidiendo misericordia! Yo me compadezco de vuestro dolor, y quisiera tener caudal suficiente para satisfacer deuda tan crecida; y aunque más pobre que vosotras mismas, os ofrezco y aplico cuantas indulgencias pudiere ganar en este día, y cuantas obras de supererogación hiciere durante [diga el tiempo que quiera], a excepción de aquellas que por alguna necesidad particular aplicare. Pero siendo tan pobres mis méritos para satisfacer por vosotras a la Justicia divina, apelo a la piedad de los Justos, a los ruegos de los Bienaventurados, al tesoro inagotable de la Iglesia, a la intercesión de María Santísima y al precio infinito de la Sangre de Jesucristo. Conceded, Señor, a esas pobres Ánimas, sobre todo al alma de [diga el nombre], el deseado consuelo y descanso. Pero confío también, Almas agradecidas, que tendré en vosotras poderosas medianeras que me alcancen del Señor gracia con que deteste mis culpas, adelante en la virtud, sojuzgue mis pasiones y llegue a la eterna bienaventuranza. Amén.





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