EL
“DOCTORCITO”
de
Santa Rosa de Lima
La
Devoción al "Dulce Nombre de Jesús y su Sacratísimo Corazón"
Venerado
en la Basílica del Santísimo Rosario (Lima, Perú)
En
el Concilio de Lyon, año 1274, el Pontífice Gregorio X dictó una
Bula encaminada a desagraviar los insultos que se manifestaban contra
el Nombre de Jesús.
Las
Órdenes de Santo Domingo de Guzmán (Dominicos) y San Francisco de
Asís (Franciscanos) fueron las encargadas de custodiar y extender
dicha devoción por toda Europa. Así, Gregorio X escribió una carta
a Juan de Vercelli, el entonces Superior General de los Dominicos,
donde declaraba, "Nos,
hemos prescrito a los fieles… reverenciar de una manera particular
ese Nombre que está por encima de todos los nombres…".
Este
acto resultó en la fundación de la Sociedad del Santo Nombre. Se
decía que el Nombre de Jesús estaba en la boca de San Francisco
"como la miel en el panal", y San Francisco mismo
escribió, "ningún
hombre es digno de decir Tu Nombre".
San
Bernardo escribió sermones enteros sobre el Nombre de Jesús y
dijo: "Jesús
es miel en la boca, melodía en el oído, un canto de delicia en el
corazón".
San
Buenaventura exclama, "Oh,
alma, si escribes, lees, enseñas, o haces cualquier otra cosa, que
nada tenga sabor alguno para ti, que nada te agrade excepto el Nombre
de Jesús".
En
1571, San Pío V confirmaría las Archicofradías del Dulce nombre de
Jesús confiándolas plenamente a los Dominicos.
En
Perú, Isabel Flores de Oliva, “Santa Rosa de Lima”, se
adscribiría a dicha devoción al ingresar a la Tercera Orden de
Santo Domingo. Desde pequeña le manifestó al Niño Jesús de su
casa un tierno amor y ante Él oraba frecuentemente. Ya desde los
cinco años le hacía esta oración: "Jesús
sea bendito y sea con mi alma. Amén".
A medida que crecía la Santa aumentaba en ella el fervor y devoción
a esta preciosa imagen. Ante ella aprendió a leer milagrosamente y
de ella escuchó esta palabras: "Oh Rosa, Rosa, si hubieras
conocido las mercedes que te hecho y el amor que te tengo, de otra
manera me hubieras servido". Estas palabras la llenaron de una
contrición tan aguda que le hubiera causado la muerte, si no fuera
templado este dolor con una dulzura que le duró toda la vida. Al
pensar en el amor que le tenía Jesús, lloraba de gozo se traducía
en cariño que le obligaba a repetir constantemente: "Jesús sea
bendito", "Bendito sea Jesús", y el Nombre de Jesús
no se le quitaba de los labios ni de día ni de noche.
Conocía
Santa Rosa como nadie las enfermedades corporales, porque su débil
naturaleza no fue sino un semillero de dolencias. Nadie se compadece
mejor del dolor ajeno que el que sufre lo mismo. Obtuvo de su
bondadoso padre el permiso para utilizar como enfermería, un salón
de su casa. Bien pronto se vio lleno de enfermos a quienes la Santa
propinaba todos sus cariños y desvelos. Cuando las enfermedades eran
graves, consultaba con su Niño Jesús, qué remedio había de
darles. Se hizo tan famoso y proverbial en Lima el recetario de la
Santa que todos los enfermos desahuciados acudían a Rosa, y Ella,
haciendo oración a su "Doctorcito o Mediquito" como le
llamaba en tono familiar, les obtenía la salud. Desde entonces, el
"Doctorcito de Santa Rosa", por su intercesión, viene
haciendo milagros sin cuento para remediar las dolencias humanas.
Acudamos a Él con toda fe y confianza.
ORACIÓN
AL “DIVINO DOCTORCITO”
Dulcísimo
Jesús, que por nuestro amor os hicisteis Niño; dándoos el Padre
Celestial un Nombre sobre todo nombre, para que ante Él doble la
rodilla cuanto existe en los cielos, en la tierra y en los abismos.
Os adoramos y reverenciamos en esta preciosa Imagen, interponiendo el
valimiento de Santa Rosa, Hermana nuestra, para conseguir toda clase
de bienes espirituales y temporales. Concedednos, por su intercesión,
la gracia de invocaros con fervor, serviros con fidelidad, y amaros
sin cesar, de tal manera que seáis como la respiración incesante de
nuestro espíritu; y protegidos por la virtud omnipotente de vuestro
Nombre, logremos pasar sin riesgo las tempestades de esta vida y en
la hora de nuestra muerte exhalemos nuestro último suspiro
repitiendo como vuestra esposa Rosa de Lima: "Jesús, Jesús,
sea conmigo". Amén.
Divino
Niño Jesús, ten misericordia de nosotros.
Santa
Rosa de Santa María, ruega por nosotros.
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